Tráfico Interno II



   Y Montenegro, aquel domingo, poco después del desayuno, cantó. No nos contó toda la historia, claro, porque en aquel momento nosotros ignorábamos que él era el segundo en discordia, y que lo que pretendía era deshacerse de su rival. Montenegro nos contó una historia en la que había, como en todas las buenas historias, un poco de verdad y un poco de mentira.

  La mentira era que nos contaba ésto porque no quería que, en un cacheo de la celda que compartía con Rubirrosa, nos encontrásemos con un alijo y tuviera que comerse el marrón él. Y las verdades, que Rubirrosa iba a pasar material. Que había escogido regresar de permiso un domingo de manera intencionada, y no cualquier domingo, sino ese domingo en concreto.
 Porque ese domingo, nos aclaró Montenegro, en la capital, que estaba a menos de una hora en coche, había un partido de fútbol de esos de máximo riesgo. Y Rubirrosa (y Montenegro, y cualquier interno en el Centro Penitenciario capaz de distinguir su culo de un vespino) sabía que, cuando se celebraban esos eventos, la Guardia Civil de todos los destacamentos limítrofes con la capital se llevaba sus perros antidroga para controlar los accesos al estadio. Y además, nos informó Montenegro por si no lo sabíamos, (que sí que lo sabíamos, como lo sabían todos los internos además de nosotros) todos los Guardias Civiles de servicio que no fuesen imprescindibles para mantener la vigilancia del perímetro de la prisión se habrían desplazado hasta Madrid para colaborar en el dispositivo de seguridad del encuentro. Por lo que, con casi total seguridad, no habría los efectivos suficientes como para montar una conducción que nos permitiese trasladar a Rubirrosa al hospital más cercano para sacarle unas radiografías.

 Porque, como nos aclaró Montenegro ya para finalizar, Rubirrosa pensaba pasar los huevos 'Kinder' de chocolate (que en realidad no eran huevos 'Kinder', sino los recipientes amarillos de plástico en los que éstos esconden el regalo sorpresa, y no eran de chocolate, claro, sino de hachís), pensaba pasarlos, digo, empetados. Metidos en el culo, vaya, remarcó. Por si, a pesar de todos los años de servicio que acumulábamos entre Jorge, el Jefe de Servicios, y yo, no teníamos claro un concepto tan básico. Lo teníamos, por supuesto. Muy a nuestro pesar, ya eran muchos años viendo a gente meterse y sacarse cosas varias del cuerpo.

 Finalmente, Montenegro dio por finalizada su confesión, y Jorge le envió de vuelta a su módulo, agradeciéndole su sincero interés en colaborar con la seguridad del centro. Que yo pensé que el interno se iba a tomar a mal el sarcasmo, porque había que estar anestesiado para no notarlo. Pero, para mi sorpresa, Montenegro se despidió sin comentar nada. Muy posiblemente sí que  estuviese anestesiado, o algo parecido.

 Jorge me miró. le devolví la mirada y me encogí de hombros, cediéndole la iniciativa. Para eso eres el jefe, pensé. Organiza el operativo.

 - Ya llamo yo a Serafín para que se encargue del 'pollo'. Tu vete a la oficina de ingresos y cuando llegue, le cacheas las pertenencias.- Decidió. Y, tras un instante de silencio, cuando ya me empezaba a girar para abandonar la oficina de Jefatura, añadió:
 - Y llévate a Vanessa, que vaya viendo cómo se hace un cacheo.- Asentí con la cabeza, y salí de la habitación.
 Había tenido suerte. Que me tocase cachear el petate del interno significaba que no iba a tener que quedarme a vigilarlo en la 'culera', la celda provista de un espejo de doble dirección en la que encerrábamos a los internos que venían 'cargados'. En ella, aparte de un bloque de hormigón sin aristas que sirve a modo de camastro, no hay absolutamente nada. Ni muebles, ni esquinas, ni siquiera fisuras en la pared. Ningún lugar en el que en interno encerrado en ella pueda ocultar lo que quiera que sea que está intentando pasar de contrabando.
 Bueno, sí que hay una cosa más, claro. Hay un retrete, y uno muy especial. Del lado de la celda es una taza normal, si bien que con la cisterna fuera de la habitación para evitar que alguien pudiera intentar ocultar algo en ella. Pero al otro lado de la pared, debajo del espejo bidireccional, la tubería que sale de la taza desemboca en un colector abierto, provisto de una rejilla para que todo aquello que pudiera haber sido expulsado en el retrete se quede ahí. Todo.

 Que te toque vigilar la 'culera' es un marrón, y perdonad por el chiste fácil, y librarme de ello me había alegrado la mañana. Recogí a Vanessa en el rastrillo de acceso de uno de los módulos, me hice con una caja de guantes de látex, y nos sentamos a esperar la llegada de Rubirrosa en la oficina de Ingresos. No se hizo esperar mucho.

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