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Mostrando entradas de abril, 2018

Rabia II

  El interno dejó de balancearse un momento, y el ruido de fricción que acompañaba sus movimientos se detuvo con él. Empezaba a hacer calor.   Dejó en el suelo un trozo de plástico blanco que sujetaba en su mano izquierda, y se sacó la chaqueta de chándal. Una chaqueta de un célebre colegio católico de Madrid, de talla infantil, que le había proporcionado la administración del Centro Penitenciario con la colaboración de una ONG. Como se hacía y se hace con todos los internos insolventes.  Volvió a ponerse en cuclillas y recogió la pieza de plástico blanco que había dejado hacía un instante. Apoyó uno de sus extremos contra el cemento abrasivo del suelo, como se apoyaría una espátula contra una superficie a raspar, y comenzó a mecerse de nuevo. El ruido de rozamiento se reanudó también, monótono. Con cada movimiento el mango de escobilla del retrete, pues eso es lo que era, se iba limando y puliendo, hasta convertirse en un estilete de más de veinticinco centímetros de largo.  La

Rabia

 Sólo, en una esquina del patio vacío, un interno en cuclillas se balanceaba ritmicamente a los acordes de una música que sólo sonaba en su cabeza. Con la cabeza enterrada entre sus rodillas, ocultando su cara, su ropa deportiva y su pequeña estatura podían llevar a creer que estábamos frente a un niño tímido. Pero no era un niño, porque jamás un niño se había paseado por entre los muros de aquel Centro Penitenciario. Tampoco era tímido.  Se llamaba José Tenorio, y era de Puertollano, Ciudad Real. Él mismo lo anunciaba con orgullo a cualquiera que le prestase oído, como si ser de Puertollano, Ciudad Real, o de cualquier otra parte, fuese en sí mismo algo de lo que sentirse orgulloso. Aunque quizá, también, más que de orgullo fuese una cuestión de nostalgia. Después de cumplir los catorce años, que celebró entrando en un reformatorio, José Tenorio había pisado Puertollano en muy contadas ocasiones, y el mencionar con tanta frecuencia de donde era tal vez fuese para él una manera d