Narco IX



  El 'canguro' llegó a la prisión a primera hora de la tarde. El cabo primero abrió la puerta y tiró de las esposas de Jaramillo, un poco para ayudarle, pero sobre todo para animarle a bajar. Porque, Jaramillo ya lo había aprendido en aquellas últimas semanas, unas esposas apretadas pueden ser un adorno muy doloroso cuando alguien te las retuerce un poco. Así que se dio prisa en ponerse en pie, y bajó del furgón para dirigirse al módulo de ingresos. Entró, apoyó el pulgar derecho en el lector óptico del SIA cuando se lo indicó el funcionario, y su estado en el sistema informático pasó de 'hospital' a 'ingresado'.
   El funcionario de ingresos firmó la hoja de conducción que le había entregado el Guardia Civil a su llegada, y en menos de un minuto el furgón celular se puso en marcha, a seguir con su ruta. La rubia no se bajó. Jaramillo se quedó pensando si la llevarían a un Centro Penitenciario de mujeres. Quizá la idea de travestirse no fuese tan descabellada, después de todo. Estar en un módulo femenino tendría sus ventajas...

 La voz de un funcionario le sacó de sus pensamientos. Por lo cabreado que parecía, ya le debía haber hablado un par de veces, pero entre que tenía la cabeza en otra parte, la medicación del hospital, y que todavía sentía un leve zumbido en la cabeza producto del golpe, no lo había oído.

  - ¡Que te estoy diciendo que me acompañes! ¿Te pasa algo, chaval?.- El funcionario, un hombre alto de  cincuentaymuchos años con cierto sobrepeso, parecía al borde de una lipotimia. Jaramillo pensó en responder, pero lo cierto es que no tenía muy claro el qué, así que se dio la vuelta y salió por la puerta del módulo lo más rápido que fue capaz. Sin llegar a echarse a correr, claro. No fuera a ser que pensasen que se estaba escapando.

  Ya llevaba recorridos casi veinte metros a rápidos pasitos cuando unas voces lo hicieron pararse en seco.
  - ¡Pero a donde vaaaas!¡Alma de cántaroooo!.- El funcionario lo llamaba a gritos desde la puerta del módulo de ingresos, pero en cuanto Jaramillo se detuvo, comenzó a andar a largas zancadas hacia él. Jaramillo encogió la cabeza entre los hombros, preparándose mental y físicamente para recibir un bofetón. De haber tenido la capacidad física para ello, no habría dudado en esconder la cabeza entre sus propias nalgas.
 - Voy al módulo, señor funcionario.- Consiguió decir, balbuceante. Iba a añadir un patético 'no me pegue', pero el funcionario de prisiones no le dejó continuar.

  -¡Y quién te ha dicho a ti que vayas al módulo, muchacho!.- El funcionario gritaba como si estuviesen a un kilómetro de distancia el uno del otro. A Jaramillo le estaba empezando a doler la cabeza. Mucho. No le contestó, pero es que era evidente que el funcionario no esperaba respuesta.

 - ¡Pasa para el módulo de Enfermería, desgraciao!.- La cabeza del funcionario,  calva como una bombilla, se había puesto completamente roja con tanto grito. Parecía un enorme globo posado directamente sobre sus hombros, sin cuello. Como la enorme cabeza redonda de un muñeco de nieve.
  Jaramillo se quedó inmóvil. No tenía ni idea de dónde  estaba ese módulo de Enfermería pero temía que, si lo preguntaba, la hostia que estaba flotando en el ambiente desde hacía un rato terminase de descargar sobre él.  Y así se quedó, encogido como un ratoncillo asustado. Sin saber qué hacer.

  El funcionario, poco a poco, se fue tranquilizando. Se había dado cuenta de que Jaramillo, simplemente, estaba demasiado confuso. Y por cómo tenía vendada la nariz, y por la gama de tonos del rojo al púrpura que maquillaban la zona central de su cara, dedujo que el cerebro de ese joven no iba redondo del todo. Por primera vez desde que Jaramillo se bajó del 'canguro', el funcionario le habló sin gritarle.
  - Allí, ese edificio de dos plantas al fondo.- Dijo, elevando el brazo derecho para indicarle la dirección. - Entras y te presentas al funcionario encargado.-

 Jaramillo notó el cambio en la actitud del funcionario, y se atrevió a levantar un poquito la cabeza. De repente, la hostia que sobrevolaba la escena parecía haber emprendido el vuelo. Además, la cabeza del funcionario había recuperado un tono que casi podríamos describir como rosado, y ya no parecía que fuese a explotar. Jaramillo agradeció mentalmente ambas circunstancias.

  - Si, funcionario. Gracias, funcionario.-  Farfulló, y estaba a punto de emprender la marcha cuando su interlocutor lo interrumpió.
  - Blas. Me llamo Blas. Tanto funcionario ni tanta polla.- Jaramillo tardó en asimilarlo. Definitivamente el golpe y la medicación le habían afectado.

  - Si... Si, don Blas. Gracias, don Blas.- Y, entonces sí, se puso en camino.

 Blas, el funcionario, se quedó ahí, en medio del aparcamiento, sacudiendo la cabeza con desaprobación. Una cabeza que, afortunadamente, parecía haber perdido todo riesgo de explotar.
 






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