Gente de éxito

Para celebrar que cumplimos cincuenta entradas, hoy voy a publicar un relato escrito por otro compañero. Es Isaac, ya le habéis conocido en alguna otra de mis entradas, y llevaba algún tiempo queriendo colaborar. No me voy a entretener más con presentaciones, que ambos recordamos la vez que se cambió de guardia y hasta le leyeron una poesía de bienvenida, y no es cuestión de hacer el ridículo a nuestra edad. Aquí os lo dejo.



EL BURNÓ.


La cárcel, si todo va bien, es un lugar tremendamente aburrido. Te pasas la mayor parte del tiempo observando el comportamiento de cientos de reclusos. Ellos a su vez también se aburren, por lo que hay cientos de reclusos observándote a ti, lo que te convierte en una especie de monito de feria.
Haciendo servicio una mañana en una suerte de jaulas del departamento de primeros grados, donde los más inadaptados salen solos para no pelearse con otros inadaptados… O sea, lo peor de lo peor, se lo escuché a uno de los seres despreciables que por allí pululaban; “Pídeselo al burnó que te deja  fijo”, para a continuación escuchar el agónico y chirriante grito característico en esos departamentos; “funcionarioooo, por favor.
El síndrome de Burn Out, el quemado, el desmotivado. Hasta ese momento nunca me había parado a pensarlo, pero hasta el preso más tonto de la cárcel se había dado cuenta que mi apatía, mi pasotismo y mi actitud no tenía excesiva motivación. Me puse a reflexionar sobre ello y llegué a la conclusión de que no existía mucha vocación en el colectivo y que la mayoría de funcionarios que aprobaban las oposiciones era gente con una media de edad bastante alta.
Gente que pensaba que iba a tener éxito en la vida y se tuvo que conformar con ser carcelero. La mayoría de ellos pensaban que serían simples carceleros dos o tres años hasta que cumpliesen sus sueños, pero en todos estos años, salvo un par de jubilaciones anticipadas por enfermedades mentales (cada uno sueña lo que se le pone en los cojones), no he visto a nadie dejar el trabajo para dedicarse a lo que quiere.
Continué analizando porqué me había convertido en el burnó y recordé a un jefe de centro en una pequeña prisión provincial. Joselón lo llamaban. Un hombre gordito, ciertamente  alcohólico, bigote, escasa higiene. Si hubiese sido del Atleti sería torrente, pero siendo de  Torrelavega pues era Joselón. Podría decir que Joselón, pese a todo, era una bellísima persona,  pero no me gusta mentir. Todos los presos en cuyo expediente figuraba el delito de proxenetismo tenían especial confianza con él, tratándole de una manera muy cercana…  imagino que lo que une un puticlub no lo separa la cárcel. A punto de concluir mi periodo de prácticas Joselón me observaba fijamente en su despacho.
Notaba una mirada lasciva de persona enferma y ya me estaba empezando a poner tenso. Una cosa es ser práctico y otra ser gilipollas y tragar (nunca mejor dicho) con todo. Le pregunté a  Joselón con desdén que cojones estaba mirando y él me respondió sin titubeo. “Llegaste aquí puro y limpio y te vas bastardo y sucio”.
Joselón tenía razón. Estaba tirado encima de una mesa. Comiendo con las manos y bebiendo a
morro. La marginalidad es algo que se contagia rápidamente, como eso de las manzanas
podridas que nos decían de pequeños. Llegas siendo una persona fina y educada y empiezas a
absorber el salvajismo. Las instalaciones son más bien ruinosas y todos nuestros elementos de
confort tienen sospechosas manchas cuyo origen prefiero no inverstigar.
No había acabado mis prácticas y ya había sucumbido al lado oscuro. Estaba atrapado. No
saldría del pozo en mi vida. Sería un ser frustrado y fracasado para siempre. Pero si algo tienen
las cárceles y sus plantillas es que tienes espejos donde mirarte y ves que aún queda mucho
recorrido para tocar fondo.

  • En mi siguiente destino, ya como funcionario llegué a una coqueta isla. Pasé de ser un paleto  integral, a ser el mismo paleto integral pero viviendo en una isla. Allí conocí a Sergio.
    Sergio era un tipo extraño. Tan extraño que iba a la playa con los calcetines negros del uniforme subidos hasta la espinilla para no quemarse los pies ni mancharse. Compartía piso con un chaval algo soso, otro algo quedado y otro que quería ser piloto. Joder, creo que The Big Bang Theory está basada en aquel cuarteto.
    En pocas semanas la peculiaridad de Sergio le hizo discutir con algunas personas. En pocos meses Sergio había discutido con la totalidad de la plantilla. No estaba quemado en el trabajo, no era un burnó como yo…simplemente estaba quemado con la vida.
    Sergio era de un pueblo pequeño y había perdido a sus amigos. Todos se habían casado
    menos él y se sentía fuera de lugar. Alguien le animó a cambiar de vida, a irse a un lugar libre donde nadie le conociese. Que no supiesen sus rarezas ni su amargo pasado. Donde las chicas no le señalasen por la calle por ser aquel tío que un viernes por la noche le envió 55 sms para quedar con ella. Sergio llegó con esperanzas a la isla pero la isla no tenía esperanzas en Sergio.
    Su estancia fue un auténtico fracaso pero Sergio no era un caso aislado. Era uno de tantos. Hay Sergios por los penales de las islas, en las grandes ciudades, en los pequeños pueblos. Seres quemados con la vida, con escasas habilidades sociales que decidimos que lo mejor que podemos hacer por la sociedad es recluirnos intramuros y amargarnos nosotros solos y en algunos casos amargar a algún interno. Es la opción más sensata y menos nociva para la sociedad. Mucha menos nociva que aquel jefe en la misma isla, con algo más de habilidades sociales pero la misma mente enferma, que decidió llenar su tiempo libre en el teléfono de la esperanza…



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