'Nom de guerre'

Nos gusta ponernos apodos. A los periodistas les encanta poner alias a los delincuentes, de hecho parece que el que un medio de comunicación le bautice por segunda vez es lo que diferencia a un chorizo de medio pelo, de un fuera de la ley en toda regla. Pero esto son cosas de los periodistas. El alias vende.
Cuando entré en este negocio venía con ideas preconcebidas, como no podría ser de otra manera. Y esperaba encontrarme en los patios con un festival de 'Chinos', 'Richards','Fitipaldis' y 'Pinflois' entre otros. No es así. Los internos no son ni más ni menos dados que el resto de personas a ponerse apodos, y muchas veces un interno tiene varios. O ninguno, o le cambian la nomenclatura al trasladarse de 'talego'. Como nos pasa a todos, no nos llaman igual los amigos que los compañeros de trabajo, o la familia.
Donde sí hay una afición desmedida a los apodos imaginativos es entre nosotros, los funcionarios. Mas allá de que tengamos un sentido del humor más o menos desarrollado (o infantil) lo cierto es que hay una norma no escrita pero que se respeta a rajatabla: Uno se dirige a los internos de usted y por el apellido, y a los compañeros de tú y por el nombre. El problema viene cuando hay cuatro, o cinco, o más Juanes, Albertos, Sergios... En un principio se recurre a la geografía: Juan el gallego. Manolo el pucelano, y cosas así. Pero claro, eso se hace largo, y para acortar, se impone el mote. Lógico.
 Luego, un buen día, entras a currar y resulta que están contigo Carpanta, Tragapanes, Puccini, el Galgo, el Palillo, Farruquito, el Alcalde, la Voz, el Boche y el Piloto. De coordinador, Lalo. Y de jefes, agárrate, porque están el Mejicano y Fabio Testi. Y ya es cuando piensas que la cosa se está saliendo de madre. Pero qué le vas a hacer.


En una ocasión estábamos de servicio en el módulo Adela y yo. En un mundo tan marcadamente masculino (a ambos lados de los barrotes), el hecho de que Adela fuese la única Encargada de Departamento de todo el centro, unido a su pelo muy corto y a su temple ante los internos le habían valido el apodo de 'Comechirlas'. Que su pareja fuese una mujer también tenía su parte de culpa en ello.

  Así que ahí estábamos, Adela y yo. Sin gran cosa que hacer, en nuestra oficinilla, observando a los internos en el patio. Ella fumando, y yo resistiéndome a la tentación de comerme una chocolatina. Porque si para evitar el cáncer de pulmón me arriesgo a un infarto, ya me diréis donde está el negocio. Salí un momento al patio yo mismo, para huir del humo y la tentación. Por mi costado izquierdo se me acercó Montoya, un interno, señalando algo que se encontraba más lejos, a mi derecha.
- Don Jaime, viene por ahí 'la Mogollón'.- Me dijo.
A unos veinte metros por mi derecha, se acercaba Doña Lucía, la Subdirectora de Tratamiento. Avanzaba a duras penas, intentando transportar una caja de cartón casi más grande que ella.
-Vamos, Montoya. Vamos a echar una mano.-
El interno y yo nos acercamos y liberamos a la subdirectora de su carga, que por cierto pesaba mucho menos de lo que su volumen parecía sugerir. Doña Lucía nos dió las gracias, y se compuso el vestido. Era una cincuentona de muy buen ver, con un elegante traje sastre de Adolfo Domínguez y altos tacones a juego. Entramos los tres en la oficina. Lucía saludó con un jovial '¡Hola Adela!'. Adela giró la cabeza hacia nosotros, apartando por unos instantes la vista del patio. Miró a Lucia de arriba a abajo, hizo un movimiento con la cabeza que no sé si era un saludo o que aprobaba lo que veia, y regresó a su posición anterior.
-¡Mira lo que traigo! - Continuó la subdirectora, sacando de la caja de cartón un árbol de Navidad de plástico y una bolsa de adornos. Adela emitió un gruñido de disgusto antes de girar su silla articulada 180 grados, mientras se encendía un pitillo.  El árbol no le gustó, eso estaba claro.
- ¿Me ayudas a decorarlo?- Preguntó Lucia con una sonrisa inocente. Adela achinó los ojos y dio una larga y profunda calada.
- Claro, señora. - Adela soltó el humo, que formó una nube ante su cara. -Claro que si. Yo me pongo a adornar el árbol, y mientras tanto usted vigila a todos estos sinvergüenzas. O si quiere lo que hacemos es que usted decora el árbol, y yo vigilo, y lo dejamos todo como está.-
Lucía se ha puesto colorada. Su respuesta suena como un balbuceo.
-Si... Bueno, ya lo decoro yo.- Dice, agachándose y empezando a coger adornos de la bolsa. Montoya sonríe de oreja a oreja, mientras la observa atentamente.
- Venga Montoya, vámonos a tomar un café. Pago yo.-
 Montoya me acompaña fuera de la oficina a regañadientes. Le gusta Lucía.
- Y ahora me vas a contar; ¿Por qué le llamáis a la subdirectora 'la Mogollón'?.-
- Pues porque cada vez que viene con esas faldas y se agacha, don Jaime, se le ve todo el mogollón. No me diga que no se haía dado cuenta...-
Sonrío. Claro que me había dado cuenta.





Comentarios

  1. Su forma de relatar es genial. Mucho ánimo y a seguir con su blog. Felicidades!!

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  2. Me encanta, da para una serie buena de tv, no los potajes que han hecho en españa copiando trozos o capitulos enteros de otras series

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    1. Hombre, pues a ver si alguien se hace eco de tu idea y puedo cambiar de curro. Me atrae eso del mundo de la farándula... XD

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  3. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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  4. Muchas gracias! Cuando entres en 'la empresa', no dejes de comentar si lo que te encuentras se parece a lo que reflejo en mis relatos. Un saludo.

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