Paranoia

  Cada mañana, a las ocho en punto, se abren las celdas. Si has tenido suerte estarás destinado en una cárcel moderna, y será cosa de apretar un botón y ver como las puertas se deslizan automáticamente por sus rieles. Pero si no la has tenido tendrás que entrar a la galería e ir abriéndolas una por una, exponiéndote a varias cosas. Que un interno salga de repente y te pegue en la cabeza con el palo de la escoba es una posibilidad, pero que vas a disfrutar del amplio abanico de aromas que pueden emanar de un cuerpo humano tras varias horas de confinamiento, eso es una certeza.

  Tras abrir todas las puertas de la galería 3, Francisco, el funcionario, se situó tras la cancela de entrada a la misma y dos o tres metros a la derecha, tanto para dejar la salida libre como para no estar plenamente a la vista, y procedió a ir contando los internos conforme iban saliendo. Hay que contarlos para asegurarse de que ninguno se queda en la celda, por varios motivos. El principal es que la bajada al patio es obligatoria, y con esto ya es más que suficiente. Pero puede ser que un interno se haya quedado dormido, o haya muerto (si, pasa a veces). O que quiera tenderte una emboscada. O que quiera quedarse encerrado en su celda a solas toda la mañana, para suicidarse tranquilamente (si, también pasa a veces).

   Y en esas estaba Francisco, observando con los ojos entrecerrados cómo los internos salían de forma más o menos ordenada y giraban a su izquierda para bajar por las escaleras hacia el patio, y luchando contra el sueño de primera hora de la mañana, cuando uno de ellos, en vez de a la izquierda, giró hacia la derecha. Vivas, que así se llama, es un andaluz pequeñito y renegrido, que se ha pasado toda su vida adulta y parte de su infancia pegando palos para pagarse las adicciones. Como la mayoría por aquí, vaya. El caso es que salió disparado, mirando al suelo, y embistió directamente el vientre de Francisco. Francisco ni se inmutó. Es lo que tiene medir 1'85 y pesar cien kilos. Vivas rebotó hacia atrás un metro, levantó la cabeza, y miró a Francisco con los ojos abiertos como platos. No es que se hubiera sorprendido. Los ojos ya los tenía así antes del golpe. Francisco cerró un poco más los suyos. La mirada a lo Bud Spencer siempre funciona, sobre todo si tienes un cuerpo que la respalde.

  - Vivas... ¿a donde va?.
  - Voy a la galería dos, señor funcionario.
  - Ahora hay que bajar a desayunar. Y la galería dos no es la suya, ahí no tiene usted que ir a nada.

   Vivas volvió a mirar hacia el suelo, y empezó a agarrarse y frotarse una mano con la otra. Estaba muy nervioso, parecía un niño a punto de hacerse pis encima porque no se atreve a pedir permiso en clase para ir al baño.

   - Vivas, ¿le pasa algo?.-
   - Es que se han pasado toda la noche espiándome, don Francisco.-

Vaya por Dios, pensó Francisco. A ver con qué sale éste. Su expresión no varió ni un milímetro.

  - A ver, cuéntame eso.-

Vivas se soltó. Lo estaba deseando, además.

   - Que no he podido pegar ojo, funcionario. Que se han pasado toda la noche mirándome por la ventana y espiándome, y hablando en voz baja y cuchicheando, y diciendo, 'mira el hijoputa ese, jejejeje' y 'verás mañana en el patio, jijijiji' y 'le vamos a dar', y...-
   - Pero, ¿quienes han sido, Vivas?-
   - Los de la celda que está justo enfrente de la mía, funcionario.-
   - ¿Pero no sabes sus nombres?-
   - Es que no los he visto.- Toma ya. Eso pilló a Francisco con la guardia baja, y abrió un poco los ojos. Pero rápidamente recuperó la compostura, y los volvió a entrecerrar.
   - Emmm... ¿Como que no los has visto?-
   - No, es que cuando me asomaba a la ventana se escondían muy rápido, y sólo se veía la ventana abierta. Pero la cortina se movía, y entonces yo los oía reírse todavía más, y decir, 'mira, el hijoputa se está rayando', y 'jajajaja' y 'jijijiji'. De todas formas, los reconoceré por la voz luego en el patio-
  - ¿En qué celda está usted?
  - En la tres, don Francisco-.
  Francisco echó cuentas; La celda con la ventana enfrentada a la tres de la galería tres, es la cuatro de la galería dos.
   - Bueno, baje al patio y procure calmarse y desayunar. Luego veremos como arreglamos esto.-

    A regañadientes, Vivas se dio media vuelta y empezó a bajar las escaleras del patio. Francisco cerró con llave todas las celdas de la galería 3, ya vacías, y se dirigió a la galería dos, para ver quienes ocupaban esa celda y hablar luego con ellos. No es que él se hubiese creído la historia de Vivas, pero estaba claro que Vivas sí que se la creía, y habría que tener vigilados tanto a Vivas como a los ocupantes de la esa celda para evitar posibles agresiones.

    En la puerta de cada celda los nombres de sus ocupantes están escritos con rotulador no permanente. En la puerta de la cuatro no había escrito ninguno. Para asegurarse, Francisco abrió la puerta. Una corriente de aire frío se coló por la ventana abierta, meciendo la cortina de la celda vacía. 'Bueno', pensó, 'parece que en vez de hablar este tema con Vivas y los ocupantes de la celda cuatro, va a haber que hablar este tema con Vivas y el médico'.
 
   Francisco empezó a bajar las escaleras. De repente, se elevó un clamor de voces desde el patio. Había pelea, y en el medio del barullo, se oía claramente a Vivas cagándose en Dios y desafiando:

  -  ¡¡Ríe, ríete ahora, hijoputa!!

  Francisco apretó el paso. Parece que Vivas había encontrado a los ocupantes de la celda cuatro. Que no lo fueran realmente parecía ser lo de menos.






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