Crear tu realidad

  Si hay un lugar de un Centro Penitenciario donde tienes garantizado el ver personas fuera de lo común, ese lugar es la Jefatura de Servicios.
 
 Que noooo. Que sé que hay Jefes por aquí leyendo esto. Ese lugar, digo, es el módulo de enfermería.   En algunas cárceles modulares existen módulos específicos en los que se aloja a internos aquejados de enfermedades mentales graves. Porque en España no hay manicomios, sabéis. Aquí un delincuente intenta el truco ese de las películas yanquis  de 'me hago el loco para que me manden a un asilo y en unos meses estoy fuera', y acaba en un módulo psiquiátrico penitenciario. Y con un embudo en la cabeza y haciendo música experimental con la botella de anís del mono para integrarse y no dar la nota. Vaya que si.
  Pero bueno, esto es en las cárceles grandes, y no en todas, y sólo para pacientes psiquiátricos. Y sólo internos aquejados de dolencias muy, muy severas. En el resto de talegos de segunda fila de nuestro país hacemos lo que podemos con la parte que nos toca, y lo que podemos es  generalmente  meterlos con calzador en los módulos de enfermería, a los más graves, y a los demás dejarlos sueltos por el patio y reírles las gracias.

  En una ocasión estaba yo en la oficina de acceso a un patio, mirando a los internos mientras pensaba en otra cosa (ahí os he contado, en veintidós palabras, el noventa por ciento de mi jornada laboral. Tela.) cuando mi mirada se quedó fija, un poco sin querer, en un interno concreto. Supongo que me llamó la atención que fuese paseando muy despacio, cuando el resto de personas en el patio pasean de una pared a otra a ritmo muy vivo. También, que se detuviese cada cinco pasos para musitar unas palabras, y luego volviese a emprender la marcha.

  De funcionario de patio estaba mi compañero Francisco, el grandullón, que suele fijarse bastante en la gente, y que por supuesto ya se había dado cuenta del comportamiento de Ortega, que era el nombre del interno en cuestión. Ortega... bueno, Ortega es un hombre mayor, de baja estatura y gordo como una pelotita. Suele llevar bufanda y guantes de lana, y un gorro a juego en la cabeza. Supongo que para que no se le escapen los grillos. Porque hay muchos grillos ahí dentro.

  Francisco lo siguió unos minutos, a cierta distancia para que Ortega no se enterase, con el fin de enterarse un poco de qué iba el discurso. ¿Por cotillear?. Si. Pero también porque es nuestro trabajo. Imaginaos que el tipo está repitiendo como un mantra 'Soy el ángel de la muerte, soy el ángel de la muerte', y que de repente se lanza sobre un incauto y le corta la aorta de un bocado. Cosas así pasan. Y se trata de evitarlas.
  Así que en esas estaba mi compañero. Al cabo de unos minutos, dejó de seguirlo y, aprovechó que su caminar les había traído hasta cerca de mi cabina para acercarse hasta la puerta de la misma y tocar el timbre. Apreté el botón de la apertura electrónica mientras Ortega pasaba delante de mi ventanilla repitiendo mecánicamente 'Domingo... Domingo... Domingo...'.

  Francisco entró y vino hacia mí. Su sonrisa le daba a su cara pecosa un aire a niño pillo que te viene a contar un chiste.
  - ¿Que decía Ortega?- A Francisco se le escapó una risita.
  - Estaba enumerando días y diciendo lo que come en cada uno. 'Lunes...Arroz. No, no me gusta. Martes... Chuleta. No, no me gusta.'. Al final ha llegado al Domingo, ha dicho 'Domingo... Pollo. Sí, sí me gusta' y ya no se ha vuelto a parar.-
  - Así que pollo. Llámale tonto.-

  Ortega había seguido su camino hasta llegar a un tablón de anuncios atornillado en la pared del que colgaba un calendario. Lo miró unos instantes, lo descolgó y, provisto de un rotulador negro, procedió a tachar metódicamente los nombres de los días de la semana y recolocarlos de manera que el número del día corriente pasase a estar debajo de la columna domingo. Al acabar, se guardó el rotulador, enrolló el calendario, se lo colocó debajo del brazo y se situó ordenadamente en la fila para entrar al comedor.

  Francisco y yo nos miramos.
  - ¿Estamos pensando lo mismo?-
  - Pues no sé. Pero como le funcione, le cojo el calendario y se lo enseño al Jefe. A ver si cuela y  me puedo ir a mi casa.-





 

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